adn2.jpgJames Watson, co-descubridor de la doble hélice del ADN ha saltado a las páginas de todos los periódicos recientemente, al expresar sus dudas sobre el futuro de Africa argumentando: “la inteligencia de los africanos no es la misma que la nuestra”. Muchos científicos han criticado esta afirmación tan simplista, replicando que todavía estamos lejos de conocer las bases genéticas o la compleja interacción entre el potencial hereditario y las condiciones ambientales, para que la inteligencia humana pueda alcanzar todo su desarrollo. Pero, más allá de la polémica surgida de esta postura racista, me gustaría reflexionar sobre como al Dr Watson por poseer el premio Nobel, se le presuponen además de una inteligencia brillante otros valores de los que probablemente no pueda presumir, ya que éste no ha sido el único episodio a lo largo de su vida en él que ha demostrado que dista mucho de ser una figura modelo para el resto de la sociedad.

No mucha gente sabe que cuando compartió el premio Nobel con Francis Crick y Maurice Wilkins por resolver la estructura helicoidal del ADN se cometió una de las mayores injusticias relacionadas con este premio. Este descubrimiento que es considerado como el logro médico más importante del siglo XX, no sólo fue protagonizado por estos tres hombres, Rosalind Franklin, una fisicoquímica que trabajaba en la misma universidad, fue una participante crucial en las investigaciones que condujeron al conocimiento de la configuración del ADN, pero su contribución fue ocultada por sus compañeros.

En 1952, Rosalind obtuvo la fotografía “51” que dejaba ver una X reveladora de la estructura helicoidal de la molécula de ADN. A principios de 1953, Wilkins mostró a Watson esa imagen sin el conocimiento de Rosalind. Esta era la imagen más nítida conseguida del ADN hasta entonces y le dio a Watson la clave para formular la hipótesis de su configuración en doble hélice. Casi inmediatamente, estos investigadores publicaron su hipótesis en la revista Nature, obviando el nombre de Rosalind Franklin entre los autores. No solo callaron su innegable contribución, sino que “la dama oscura” como fue apodada Rosalind por estos ingratos colegas tuvo que trasladarse a otra universidad para continuar con sus proyectos de genética lejos de las fricciones mantenidas con ellos.

Ni una mención recibió esta mujer por estos compañeros a los que les abrió la puerta del premio Nobel, en su solemne ceremonia de recogida. Rosalind, no conoció esta deslealtad de sus colegas, ya que murió muy joven, antes de esa concesión en el año 1962. Solo muchos años más tarde su contribución salió a la luz y fue reconocida por la comunidad científica.

Así que tanto esta lejana injusticia, como las recientes afirmaciones del Dr James Watson me hacen pensar que ser premio Nobel no es garantía de ser una persona excepcional o de merecer admiración. Porque una inteligencia brillante, generalmente no garantiza, que quien la ostenta sea portador también de otros valores personales, que sin duda serían susceptibles de despertar un mayor respeto en el resto de los comunes mortales.